Encajado entre dos puertos, el de Montenegro y el de Santa Inés, Montenegro de Cameros es el municipio más septentrional de la provincia de Soria. Su propia altitud (1241 metros) nos da una idea de su carácter de pueblo de montaña. Su nombre está vinculado con Los Cameros, una comarca con perfiles históricos, geográficos y humanos muy definidos.
Existen tres vías para llegar a Montenegro de Cameros, altamente recomendables las tres, que se acompañan de cursos de agua bordeados por sauces, abedules y avellanos mezclados (pero distinguibles por las diferencias de color) con los pinos silvestres, robles y hayas. Si se accede por el Oeste (desde las villas logroñesas de las Viniegras, de Arriba y de Abajo) la carretera asciende bordeando el collado de Montenegro, abrupto y cuajado de vegetación, situándose cerca de los 1600 metros en el puerto de Montenegro, que hay que coronar antes de entrar en la localidad. También se puede llegar a ella desde el Este, por una carretera que en su último tramo desde Villoslada de Cameros atraviesa bosques de ribera junto al rió Mayor, tributario del Iregua (uno de los ríos más decisivos en el paisaje de la zona, que da nombre al Valle del Iregua y en cuyo nacimiento y curso alto se localizan algunos parajes singulares). Por último, la tercera vía de acceso sube a Montenegro de Cameros por el Sur, tras haber superado las alturas del puerto de Santa Inés (1753 metros), descendido hacia el valle que forma el arroyo del Puerto y remontado en los últimos kilómetros hasta alcanzar la localidad. Esta carretera discurre por parajes vertiginosos, curvas pronunciadas sobre honduras que parecen abismales y cumbres próximas, como la Peña Negra, el Cerro Buey o el Castillo de Vinuesa.
Montenegro de Cameros mira a la montaña, y se mira en ella. La sierra de las Hormazas, la sierra de Castejón y la de Freguela forman una barrera en torno a este municipio soriano que descansa sobre una verde ladera. Su estampa es la de un collado coloreado por las tejas rojas de su caserío, un collado en cuya cima (a modo de pico) destaca la iglesia, asomando la torre y medio cuerpo. Montenegro es una pura cuesta, las calles de sus dos barrios (uno alto, el otro más alto aún) ascieden como si fueran buscando el sol. De hecho, la mayoría de sus casas están orientadas hacia el Sur, y tratan de no hacerse sombra unas a otras. Actualmente, esta encantadora localidad no supera los 100 vecinos, la décima parte de los que tuvo hace un siglo y medio. Los montenegrinos viven del turismo de la naturaleza y de la ganadería, principalmente de las ovejas y las vacas...Éstas últimas campan libremente, sin necesidad de vigilancia, en las calles y carreteras de la población. El sonido de las esquilas y Montenegro son inseparables.
Hay una gran unidad en el tipo de construcción dominante, sean establos, lonjas o viviendas, con la piedra como elemento omnipresente. Casi todas las viviendas responden al mismo tipo: de tres alturas y con tejado de teja roja a dos aguas, algunas con gruesas vigas de roble y relleno de ladrillo, mampostería y adobe a partir de la segunda planta; puertas con arcos rodeados de sillares, vantanas pequeñas y cuadradas, enmarcadas por bloques de piedra, que captan los rayos solares y los preservan del frío. Algunas conservan restos de antiguos escudos, recuerdo de una pequeña nobleza que tuvo asiento en la población. Llaman la atención también las leñeras al aire libre, próximas a las casas, en las que se almacena gran cantidad de finos troncos escrupulosamente ordenados, reserva para combatir el frío invernal. Y es que las temperaturas son bajas y la nieve se prolonga durante varios meses, aunque cada vez nieve con menos frecuencia. El aire de Montenegro de Cameros es limpio y claro; los prados y bosques tienen un color verde esmeralda en primavera, con extensas y permanentes franjas de tono más oscuro marcadas por los bosques de pinos que crecen en las zonas altas de las laderas. En otoño, aparecen manchas de variados rojos, ocres y marrones, los matices que ofrecen las hayas y los robles antes de dejar caer sus hojas...
Encontrar referencias sobre Montenegro de Cameros en las guías y publicaciones turísticas es poco frecuente, pero es un pueblo que atrapa al viajero por su arquitectura popular, digna y bien conservada; por su emplazamiento resguardado entre montañas y vigilante sobre los valles que se abren a sus pies. Un pueblo bien cuidado que huele a leña en invierno y a frescor y humedad en el verano.
En el punto más alto del pueblo se halla la iglesia, en una placita irregular donde también se emplaza el Consistorio. Está dedicada a la Asunción, y se trata de un edificio de grandes y angulosos volúmenes, levantado en el siglo XVI, si bien algunos restos (como un rosetón con celosía gótica y las bóvedas de crucería del interior) dan cuenta de la existencia de un templo anterior. Lo más valioso de la parroquia es uno de sus retablos, una obra con pinturas de Alonso de Sedano, artista burgalés con influencias de la pintura flamenca que se reflejan en el tratamiento de los rostros y ropajes, en el gusto por los detalles y en la minuciosidad con que están narradas las escenas principales y secundarias que narran la vida de la Virgen. El retablo ha sido restaurado y ha formado parte (junto a una selecta representación de obras de arte religioso reunidas en la soriana Concatedral de San Pedro) de la exposición "Las Edades del Hombre 2009". Hay otro edificio religioso de interés, mucho más pequeño: la ermita de San Mamés. Se encuentra muy cerca de la parroquia, si es que se puede hablar de distancias significativas en un núcleo tan reducido. Muestra su sencillez en los muros de mampostería de pizarra, exentos de adorno alguno. Los Cameros conservan una serie de templos del románico rural caracterizados por su simplicidad arquitectónica y por estar enclavados en lugares pintorescos. La ermita de San Mamés data del siglo XIII, tiene una sola nave y está rematada por un ábside semicircular de la misma anchura que el templo, casi sin aberturas y con canecillos sin ornamentación bajo el alero. Se accede a través de una puerta con tres arcos apuntados, y conserva en el interior restos de pinturas murales de la época románica más tardía.
Quienes visitan Montenegro de Cameros suelen repetir. Algunos son asiduos y pasan alguna semana durante el verano; otros son excursionistas y montañeros que acuden en cualquier época del año, pero sobre todo en primavera y otoño, y disfrutan de las muchas oportunidades que ofrece aquí la naturaleza. La comarca de Cameros es un territorio singular al que está ligado el pasado (y en buena medida el presente) de Montenegro. De hecho, hasta la afrancesada y absurda división provincial de Javier de Burgos (1833), los pueblos cameranos, además de tener una entidad histórica y económica común, pertenecían en su totalidad a Soria. Tras esta división, todos excepto Montenegro pasaron a formar parte de la provincia de Logroño; formada por los partidos de Calahorra, Alfaro, Aguilar y Enciso (procedentes de Soria) y los de Logroño y Santo Domingo de la Calzada (procedentes de Burgos). Se sabe muy poco del pasado lejano de Cameros, una tierra habitada por arévacos y pelendones, romanizada muy tangencialmente hacia el siglo II. Probablemente sólo fuera un territorio de paso entre la Meseta y el Valle del Ebro, donde los romanos construyeron algunas calzadas que, siglos más tarde, fueron aprovechadas para trazar las cañadas por las que circularía el ganado trashumante. Tampoco hubo presencia estable de los musulmanes (probablemente por lo inaccesible del relieve) en la zona denominada Camero Nuevo, a la que se adscribe Montenegro: comprende el territorio de las cuencas altas de los ríos Leza e Iregua. El territorio era de importancia estratégica para el control de los puertos que conectaban con la Meseta, pero estuvo prácticamente deshabitado hasta el siglo X, cuando empezó la repoblación con gentes oriundas de Burgos, Álava y Navarra. Desde este siglo hubo un Señorío de Cameros, fundado por García Sánchez III de Pamplona y controlado desde 1366 por la familia Ramírez de Arellano, condes de Aguilar, quienes lo reciben por donación de Enrique II de Trastámara. Una más de las "mercedes enriqueñas" con las que este rey fratricida premiaría a los que le apoyaron en sus enfrentamientos con su hermano Pedro I de Castilla. La mayoría de los Cameros (algunos pueblos fueron desgajados y entregados pocos años después por el propio Enrique II al duque de Nájera) permaneció bajo el dominio de los condes de Aguilar hasta la supresión de los señoríos en 1812 por las liberales Cortes de Cádiz. Sin embargo, los historiadores coinciden en que el dominio feudal fue relativamente leve en estas tierras. Los cameranos eran hombres libres, pequeños propietarios de ganado ovino que pagaban algún tipo de tributo (en dinero o en especie) a los señores que detentaban la autoridad jurisdiccional y administrativa.
Hasta hace no mucho tiempo, los de Cameros vivían de la ganadería trashumante de ovejas merinas, las de buena lana, criadas en pastos frescos todo el año (a diferencia de las churras, que se alimentaban de los pastos que ofrecía el terreno del entorno y soportaban en invierno los rigores del frío). La trashumancia es uno de los rasgos que marcaron económica y culturalmente la Tierra de Cameros. Cuando empezaban los fríos, los pastores cameranos "bajaban" con sus ganados a tierras de Extremadura y Castilla la Nueva, recorriendo las cañadas reales y sus bifurcaciones: cordeles, veredas y coladas; regresando ya avanzada la primavera, con los pastos de la comarca frescos y bien crecidos. Ocuparía muchos libros (de hecho, es un tema que ha sido muy estudiado desde distintos ángulos) detallar las profundas marcas de la trashumancia en la vida familiar, en la organización social, en las fiestas, las leyendas, las canciones y otros muchos aspectos de la cultura. Sin explayarnos en ello, cabe imaginar lo que suponía en las familias y las localidades la ausencia de los hombres durante seis meses al año; las condiciones de soledad y dureza en las que estos pastores vivían la mitad de su vida; el intercambio de costumbres entre Norte y Sur que este trasiego aparejaba. Así han vivido los cameranos hasta hace unas pocas décadas, con la diferencia de que en los últimos tiempos el transporte se hacía en camiones, y los pastores "modernos" tenían mejores condiciones de vida. En el puerto de Piqueras (a menos de 30 kilómetros de Montenegro de Cameros) se ha habilitado en la antigua venta un Centro de la Trashumancia, en el que se resumen espléndidamente los más característicos rasgos de la cultura pastoril de Cameros.
Montenegro de Cameros es una localidad inseparable de la naturaleza grandiosa del territorio donde está enclavada. Altas montañas, de cumbres por lo general redondeadas, con algunas cimas rocosas, pero sin grandes peñascos a la vista. Y valles profundos por los que corren los ríos y antiguos circos glaciares, que reciben el nombre de "hoyos" por aquí. La mayoría de los pueblos del Camero Nuevo están situados por encima de los 1000 metros, sometidos a unos inviernos duros que se compensan con unas primaveras llenas de colorido, así como las intensas tonalidades del otoño: hayas, robles, pinos silvestres y grupos de acebos, abedules y arces muestran agradables matices. La sierra Cebollera, parque natural con una extensión de 23.640 hectáreas, forma parte del entorno de Montenegro y es un magnífico paraje para realizar excursiones.
Si nos dirigimos desde Montenegro hacia el Sur (por la SO-830, que une al pueblo con Vinuesa) alcanzaremos tras una decena de kilómetros de vértigo y fabulosos paisajes el puerto de Santa Inés. Este fue un lugar muy temido en el pasado por las tormentas de nieve y las dificultades del camino. Desde el año 2003 funciona una pequeña estación de esquí, oficialmente denominada Punto de Nieve, que cuenta con una pista de esquí alpino de medio kilómetro (ideal para los menos experimentados) y pistas de esquí de fondo, circuitos de travesía y zonas para trineos. Desde el puerto de Santa Inés parten, entre otras, la excursión de montaña que lleva a Peña Negra (una cumbre a 2023 metros desde la que se dominan todos los pueblos de la zona) y la caminata (mucho más suave y corta) que permite conocer el Hayedo de las Tozas, precioso monte enclavado en el fondo del barranco del puerto...
Dejando atrás Santa Inés, nos dirigimos ahora a la Laguna Negra por una estrecha carretera que discurre entre pinares. El Duero (que nace a cuatro pasos, en la hendiduras de los picos de Urbión) no es sino un reguero claro, frío y saltón si se compara con la grandeza de las aguas inertes de la Laguna. Encerrada entre las paredes cóncavas de un circo glaciar, a más de 1800 metros de altitud, se accede a ella por un sendero corto y escarpado que se abre paso entre matorrales. Al fono de un óvalo sombrío, aparece la Laguna perfilada por una línea de enormes piedras blanquecinas, acumuladas en desorden desde tiempos de glaciaciones y caídas de morrenas. Angostos caminos que suben y bajan salvando los escollos del terreno permiten recorrer este lugar único. Un aro de pino albar crece hasta lugares donde las raíces ya no encuentran tierra en la que asentarse; por encima de estos árboles oscuros asoman las recias murallas de granito... Y más allá, las imponentes cumbres de la sierra de Urbión.
No es de extrañar que hayan surgido varias leyendas en torno a la sobrecogedora y silenciosa Laguna Negra. Según los eruditos sorianos Blas Taracena y José Tudela, estas leyendas son análogas a las de todas las altas lagunas: que sus aguas se comunican con el mar, que se producen en su centro remolinos capaces de engullir cuanto se les acerque; que, sumergida en ella una res muerta y desollada, la fuerza de las aguas consume la carne y deja pelado el hueso; que en ella se forjan las tormentas; que de ella surgen los vientos. Y se cuentan sucesos truculentos ocurridos cerca de este lugar, como el que recoge "La Tierra de Alvargonzález", el sombrío romance machadiano inspirado en una vieja leyenda soriana:
"Llegaron los asesinos
hasta la Laguna Negra,
agua transparente y muda
que enorme muro de piedra,
donde los buitres anidan
y el eco duerme, rodea;
agua clara donde beben
las águilas de la sierra,
donde el jabalí del monte
y el ciervo y el corzo abrevan;
agua pura y silenciosa
que copia cosas eternas;
agua impasible que guarda
en su seno las estrellas.
¡Padre!, gritaron; al fondo
de la laguna serena
cayeron, y el eco ¡padre!
repitió de peña en peña."